¿Quién no carga sobre sus espaldas situaciones en que se ha sentido avergonzado, en que se ha sentido insignificante, pequeño, mínimo?
¿Quién no ha soportado situaciones de dolor asociadas a la vergüenza?
Pero es que al hablar de vergüenza podemos agrupar en ella:
-aquella vergüenza que regula las relaciones con otros, donde imaginamos situaciones que anticipamos que pueden avergonzarnos y las evitamos.
-la vergüenza lacerante, que hunde nuestra iniciativa y cuyo peso recae, enteramente, sobre nuestra manera de ser.
A esta última también debemos diferenciarla del bochorno, una vergüenza ligada al entorno y que nos hace sentir avergonzados en cuanto estamos sumergido en él. Fuera de esta situación se extingue. Comer con los dedos puede hacernos abochornar en una cena de gala pero en casa lo seguimos haciendo, disfrutando de ello y no nos avergonzamos.
La vergüenza lacerante es distinta, y no está, necesariamente, ligada al rubor o la mirada esquiva.Muchas situaciones en que sentimos rabia o , incluso, culpa, vamos a encontrar que están desencadenados, motivados por la vergüenza.
La vergüenza que afecta a nuestro ser es más dura y complicada.
Nos acompaña por la calle cuando nos imaginamos que las miradas se reposan sobre nuestro cuerpo, sobre aquella parte de nuestro cuerpo que sentimos como deforme, que nos nos gusta.
Vergüenza punzante que tiene múltiples orígenes:
-por que nos hicieron sentir avergonzados en nuestras relaciones más significativas.
-por que nos sentimos identificados con figuras que fueron descalificadas (nuestra madre, por ejemplo, a quién nuestro padre sólo profería calificativos denigrantes , despectivos)
-por que fuimos agredidos física y/o sexualmente.
-por que hemos heredado en nuestra familia vivencias ligadas a ruinas económicas, desengaños, que avergonzaban a nuestros padres , y a nosotros.
-por que formamos parte de un grupo social excluido , que es marginado y depositario de muchos prejuicios.
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jueves, 6 de noviembre de 2014
miércoles, 5 de noviembre de 2014
Las amantes
Hace un par de semanas pudimos leer una noticia que nos
llegaba desde Tucumán.
Dos esquelas en La Gaceta recordaban la muerte de una
persona, y el asunto repercutió porque una de ellas la ponía la familia del
fallecido y la otra, al parecer, su
amante.
No sabemos mucho más del asunto.
Lo que si escuchamos es que el cuestionamiento, la
reprobación moral, se lo lleva Susana, la supuesta amante. “¿Cómo publicó una
esquela? ¿No ve el daño que le ocasionó a la familia?”
Las amantes… cuyo destino son el oscuro silencio, el llanto
en soledad, el anonimato de la doble moral. Y nos recuerda que aún nosotros, los hombres, en la obstinada cobardía por
mantener nuestra forzada grandiosidad, les mentimos, le ocultamos, les cargamos
las culpas y las responsabilidades.
Hasta que aparece una tal Susana que lo da vuelta todo.
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