“Estuvo casada durante 45 años con Bob; es viuda desde hace
10 años. Ahora tiene una nueva relación con Sam, de 75 años. En la primera
sesión me contaba que acababa de experimentar su primer orgasmo y que aquello
le había dejado alucinada. ´No puedo parar de pensar en sexo´, me dice casi en
un susurro”.
“Lo quiero todo el tiempo..... Después de todos estos años pensé que me
conocía
y comprendía a mí misma bastante bien. Pero ahora simplemente, no sé
quién
soy. Tengo todos esos pensamientos que nunca habría imaginado tener.
Incluso
me masturbo. [Se ruboriza]. Nunca había hecho eso antes. Y...bueno...
[titubea en este momento] Sam incluso me compró un vibrador por mi
cumpleaños. Un vibrador! Te puedes imaginar? Por mi cumpleaños!!! Bob
solía
comprarme
jerseys.....”
El objetivo de traer este pequeño extracto del trabajo de la
psicoanalista Jody Davies* no es plantear la cuestión del sexo en la tercera
edad, ni debatir si Rose estaba en sus cabales o no.
Mi objetivo es reflexionar con el lector cómo el nuevo
encuentro con una persona (¡que en una pareja puede ser la misma de
siempre!) permite el surgimiento de una
nueva forma de mirarse a sí mismo, de sentirse, de encontrarse con “nuevos
rostros de nosotros” (aquí sexuales). Una especie de “precipicio” vital lleno
de excitación, vitalidad y temor a lo nuevo que nos exigirá el tener que volver
ante el espejo e intentar responder a “¿quién soy?”.
Si no estamos acartonados, lastimados, heridos nuestro
trayecto en la vida nos permitirá este constante movimiento.
*Davies, J.M. (2009). Los momentos
en los que vibramos y los momentos en que
suspiramos: Múltiples eróticas de
la excitación física, la anticipación y la liberación. Clínica
e
Investigación
Relacional, 3 (2): 261-280.
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