Ayer entró un hombre en el bar donde me encontraba. Estaba sucio, barba de días, y estaba alerta. Le dijo al camarero que ya pediría algo, miró la comida que estaba en la barra, abriendo la puerta para salir gritó muy fuerte "¿Aquí para el autobús?" y se fue dando un portazo.
En la parada del autobús, a escasos metros del bar, lo vi hablándole casi a gritos a un joven con auriculares que le prestaba escasa atención. "¿Aquí para el autobús?...me puede contestar....¿aquí para el autobús?".
Me quedé mirándolo hasta que paró un autobús y subió.
Le dijo a la conductora que ya le pagaría, que le había entrado una basura en el ojo...se tapaba los ojos...como hacen los niños esperando hacerse invisible a los otros.
Para mi sorpresa la conductora se levantó y le exigió que bajase. Se puso más nervioso, se fue al fondo del autobús y empezó a pedir a los pasajeros que había en ese momento que le pagaran el billete. Cuando la conductora le cogió del brazo este se aferró al pasamanos y empezó a gritar que no se bajaría, que seguiría en el autobús.
Yo no creo siquiera que supiera cuál era el recorrido de esa línea y a dónde quería ir.Me ofrecí a pagarle el billete; "si , gracias, gracias..págueme el billete" exclamó.
La conductora me increpó y me exigió que no lo hiciera. Marqué el billete y me bajé. Con enfado la conductora me decía que eso no se podía hacer, que esta persona no tenía el billete. Sólo pude, en mi desconcierto, decirle "no ve que no está bien de la cabeza?".
No quiero decir nada sobre la conductora y si debería haber dejado o no pasar a esta persona al autobús. No, no es el tema.
Lo que me pregunto es por qué nos cuenta tanto acomodarnos al otro, por qué nos cuesta mirar al otro, ponernos en su mente, imaginarnos que es lo que puede estar pensando y sintiendo, ajustarnos al otro. Una persona con trastornos mentales, una persona mayor, un niño exigen del adulto el esfuerzo en pensar que puede estar pensando, sintiendo, viviendo y, en caso de que no sea posible hacer este ejercicio, será necesario pensar que esa persona con trastorno mental puede ser nuestro hermano, esa persona mayor nuestro padre, ese niño, nuestro hijo.
Esto no es baladí. La capacidad más específica de nosotros está en juego.
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miércoles, 29 de febrero de 2012
jueves, 2 de febrero de 2012
El odio rencoroso y vengativo
Esto puede sonar extraño, pomposo, alarmante. “Hay que estar muy mal para sentir eso”, se podría pensar. Pero no, no es así.
Personas que sufren del odio rencoroso y vengativo es más frecuente de lo que se puede pensar. Veámoslo en un ejemplo.
Alguien (una persona cercana, un conocido, una familiar, un amigo, la pareja) nos dice o hace “algo” que nos ofende, nos frustra, nos humilla, nos hiere; desde aquí el sentimiento de humillación y rabia van en aumento. En nuestra mente no dejan de sucederse, una y otra vez, la misma escena en la que nos dañaron y si surge alguna modificación (donde nos vemos a nosotros mismos atacando al otro, vengándonos, dejándole en ridículo al que nos humilló) esta no tarda en “darse vuelta” y otra vez (ese otro todopoderoso para nuestra mente) nos vuelve a humillar.
Es llamativo que las personas que sufren (destaco el sufrimiento) de odio rencoroso y vengativo expresen estas vivencias de odio como “echar fuego”, algo que les quema por dentro, “escupir bilis negra” o el “clavar alfileres al otro”.
Pao, un autor destacable en este tema, propuso una de las funcionalidades del odio rencoroso y vengativo: “odiar es sentir algo, lo cual es mucho mejor que sentirse con falta de propósito, vacío, amorfo o abrumado por ansiedades. El odio rencoroso y vengativo puede transformarse en un elemento esencial del cual deriva un sentido de mismidad y sobre el cual uno formula su propia identidad”. “No quiero odiar pero tengo que hacerlo. Si no soy una persona que siente odio, no soy nadie. Y no quiero ser nadie”
Entre las posibles causas del odio rencoroso y vengativo varios autores (A.Morrison, Broucek) sugieren que niños víctimas de abuso, tratados con arrogancia y desprecio siente una vergüenza punzante, hiriendo su autoestima y sintiéndose vulnerables a situaciones de la vida diaria. En definitiva, sintiéndose impotentes. El odio rencoroso y vengativo es, por decirlo así, el antídoto ante la impotencia que genera la vergüenza.
Aunque parezca difícil el odio rencoroso y vengativo tiene cura, eso si, con un trabajo terapéutico arduo.
-Pao N (1965). The role of hatred in the ego. Citado por Joseph Lichtenberg y Barbara Shapard en el artículo “El odio rencoroso y vengativo y sus recompensas: una visión desde los sistemas motivacionales”. Revista de Psicoanálisis Aperturas, Nº 8 de Julio 2001.
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